28 de abril de 2015

Líjar, un reducto de paz tras cien años de guerra

Calles de Líjar, cargadas de historia.
Era el mes de septiembre del año 1883, cuando el joven rey de España Alfonso XII acudió a Prusia en visita oficial. Para tal ocasión, el monarca decidió ir vestido con un elegante traje prusiano. Todo discurrió con normalidad, hasta que a su regreso, al pasar su diligencia por París, fue apedreado por los franceses que se lo tomaron como una ofensa, debido a las malas relaciones históricas que continuaron durante  la Tercera República Francesa y la Prusia de Otto Von Bismarck.

La noticia de la magmánima ofensa recorrió cada rincón de la geografía española. En Líjar, en el interior de la provincia de Almería, tras hacerse eco de lo sucedido, el alcalde Miguel García Sáez, decide convocar un pleno extraordinario. El único punto a tratar en este día, 14 de octubre de 1883, fue, nada más y nada menos, que la declaración de guerra a Francia. Tras un elocuente discurso cargado de patriotismo, consigue convencer por unanimidad a los plenarios. Así quedó aprobada oficialmente la declaración de guerra de este pequeño pueblo serrano contra la gran potencia europea.
Fuentes como esta se esparcen por todo el término municipal de Líjar.
El alcalde Miguel García Sáez era apodado como el " terror de los Filabres" y nadie pudo conseguir la paz, hasta un siglo después, en una incruenta guerra que él mismo se sacó de la manga. Para la consecución de la paz se aprovechó la entrada de España en la Comunidad Europea, por lo que Francia ya no era un enemigo sino más bien, un país hermano. El 30 de octubre de 1983 se firma la paz definitiva en la plaza del pueblo, con unos actos simbólicos que pasaron a la historia, con la presencia de autoridades políticas y militares de ambos bandos.

Vega del río Líjar.
Líjar es un pueblo bravo capaz de provocar una guerra, pero también es un reducto de paz, de gente sencilla y trabajadora. Sus blancas casas descansan en una ladera, a mitad de camino entre Chercos y Albanchez. Las aguas del río Líjar riegan su fértil vega y esculpen un paisaje de contrastes con profundos barrancos y verdes valles. La mano del hombre también ha ayudado a modificar el entorno natural, con sus inmensas canteras de mármol que dan trabajo a multitud de lijareños. El verdor de su sierra y la blancura de su mármol son los colores predominantes en la primavera de Líjar y del resto de municipios que componen el Valle del Almanzora. El resto del año, las laderas de la Sierra de los Filabres están despobladas, en sus últimas estribaciones a su paso por este municipio, y se inclinan suavemente en dirección al río Almanzora, que se queda a pocos kilómetros más abajo.
Ermita de la Virgen de Fátima, a orillas de la carretera que une a Líjar y Chercos.
Iglesia de Líjar. Siglo XVII.
La ermita de la Virgen de Fátima, junto a la carretera, te avisa que has entrado al término municipal de Líjar, si llegas desde Chercos. Así lleva haciéndolo desde que se construyó hace más de medio siglo. Una vez pasado este pequeño templo ya aparece erguido un castillo menudo que hace de guardián del pueblo que duerme a sus pies.

Metidos de lleno en el interior del pueblo no se deja de descender en ningún momento, ya que las casas se ubican de forma escalonada para aprovechar cada palmo de tierra de esta ladera. Las viviendas, en su mayoría, eran de una sola planta, pero han ido levantándose para ganar espacio hacia arriba, ya que a los lados no te lo permite su reducido casco urbano. Están construidas a la manera tradicional de esta zona de los Filabres, con fachadas blancas y tejados rojizos. En la plaza del pueblo se encuentran dos edificios importantes, el del ayuntamiento, con varios elementos de mármol, y la iglesia parroquial de Santa María,del siglo XVII, que alberga en su interior un retablo de gran belleza.
Panorámica de Líjar, con su castillo sobre los tejados y su sierra despoblada de árboles.

La Maravilla

Fachada del castillo de Líjar.
La bravuconada de aquel alcalde decimonónico no fue la única en este pueblo. A finales del siglo XV, cuando aún los musulmanes dominaban esta zona, un grupo de lijareños se rebelaron contra los reyes cristianos, sin derramar sangre tampoco. Tras las capitulaciones de Purchena y la reconquista cristiana de Almería, estos mudéjares fueron perdonados para no quedar despobladas estas tierras.

Un pueblo con tanta historia a sus espaldas no podía estar falto de arquitectura militar o defensiva. Por ello, en el año 2005 se construyó uno de los últimos castillos en Europa. Fue construido por dos albañiles del pueblo que dejaron constancia de sus nombres en una placa. Más que una fortaleza, sirve como extraordinario atractivo turístico. La imagen del castillo desde el puente de acceso al casco urbano es una de las mejores estampas de la provincia de Almería.

Tanto el castillo en sí, con su torre cuadrangular de siete metros de altura, como sus murallas, están revestidas por una elegante piedra pizarra que se extrae de zonas aledañas. La calle del Castillo o la calle Torrecica también brillan con el empedrado. Las vistas desde aquí,  son las más privilegiadas de Líjar, con los valles, ramblas y sierras que rodean el municipio como protagonistas.
Puente de acceso al casco urbano.

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